Por Marco Zorzoli
Acaso en su mínima expresión contiene la certeza. Esa que nos entrega a la pasión que parece alejarse para luego volver en todo su esplendor. Es importante destacar el ínfimo lugar donde se producen estos acontecimientos. Los vestigios de un juego que ya no es como tal. Sin ánimo de considerar lo que es justo o no, se puede establecer igualmente a simple vista el lugar al que el progreso y los billetes del fútbol globalizado parecen haberse quedado en el camino. Porque alguien se lo quedó, y ese alguien hoy justamente viene con su plantel a jugar contra nosotros. Nunca estuvimos tan cerca. Esta frase, que tiene de verdad lo mismo que de motivacional, se derrumba al instante en que los vemos salir. A los tipos que pueden vivir de patear una pelota; se los nota confiados y seguros de pasar por este trámite. No se trata de ninguna diligencia para los nuestros, que se encomiendan a la épica.
De esta forma queda plasmado el escenario ideal para devolver. Devolver la magia, la igualdad, el orgullo a un equipo de segunda, tercera o cuarta categoría que se encuentra naufragando sin demasiados propósitos en la marginalidad.
Si hablamos de este como el juego del engaño puesto de manifiesto en la gambeta, también podemos decir que hay tantos que quedaron en el suelo a los que probablemente no los recordemos, precisamente porque no nos hicieron felices. Así de egoístas somos, así de necesitados estamos. Este equipo no dio la talla, ya me olvidé como se llama. Y así nuestra atención fugaz termina por aumentar la expectativa que tenemos. Nos hace falta la parte feliz que provenga del fútbol, ese deporte al que le dedicamos horas y horas de pensamiento. Para muchos esa porción tiene que ver con la belleza del juego que representan pocos jugadores actualmente como Jack Grealish con sus medias bajas, el atrevimiento y su pegada, y el condimento romántico de pertenencia para con su club, Aston Villa. Para otros, lo que reaviva sus emociones es el carácter amateur que toman equipos como el Leeds United de Marcelo Bielsa al que le pueden convertir cuatro goles pero va a intentar meter cinco. Todos subimos, todos bajamos. El campito. Estos exponentes tienen algo en común -no es simplemente la liga en la que compiten- que es la debilidad con la que afrontan el fútbol moderno, desde lo individual hasta lo colectivo.
La brecha que se despega y refleja nuestro fracaso. Zygmunt Bauman, sociólogo polaco que desarrolló el concepto de modernidad líquida, ha ofrecido un diagnóstico sobre los caracteres de la sociedad digitalizada. Dejó de creer que el futuro tecnológico pueda aportar alguna rectificación de la endémica agresividad humana agregando que el consumismo individualista fomentado por el capitalismo la exacerba. Los cambios tecnológicos han modificado la manera de concebir el fútbol en algunos entrenadores y jugadores. El big data, sistema de recolección de datos masivos que luego se procesan en diferentes aplicaciones para tratarlos, ya es un método frecuente en los deportes aunque en el fútbol se fue insertando tímidamente hasta tener su prototipo exitoso en el Brentford (equipo que luchó por ascender a la Premier League y perdió la final en Wembley ante el Fulham). La certeza que ofrece la aceptación de esta técnica a los jugadores y equipos de scouting, es que ya no es necesario que al equipo le vaya bien para que un futbolista se destaque, lo que desencadena en la finalización de jugadas con un centro preciso de determinado jugador al que no afecta en su rendimiento si el que llega a conectarlo lo convierte en gol. Es decir, a diferencia del progreso colectivo fundamental en años anteriores, ahora se analiza y se observa con la vara en términos del propio desarrollo individual.
Del «todo tiempo pasado fue mejor» al desapego consecuente que atraviesa la sociedad. Quizás por eso auguramos hechos como los ocurridos en las primeras semanas del año. Gestas donde el conjunto prevalece y también dónde germina la principal contradicción. Todos queremos que gane David, pero si lo hace, tendrá que tirar tantas pelotas hacia arriba y afuera que las perderemos de vista. Entonces, ¿Qué es lo que en realidad queremos? ¿Nos interesa ver contentos a los muchachos del Alcoyano o a los jóvenes y experimentados de Boca Unidos que desde hace un mes se encontraban inactivos? Una respuesta curiosa que tranquilamente podría estar relacionada a los hechos deportivos la da Juan Carlos Thorry en 1974 en un testimonio a Enrique Raab en una brillante crónica en torno a su retiro como actor: «¿Querés que te diga la verdad? Estoy cansado… Vos me preguntás qué pienso de un Chevalier, trabajando hasta pocos meses antes de morir… Y bueno, es una maravilla… Pero lo que pasa es que Europa te da otro sustento… Allá los quieren a sus ídolos, los apoyan, los hacen morir con gloria… Acá… Bueno, todo el mundo se pone chocho viendo perder al campeón…”. La última frase desnuda nuestras intenciones que podrán ser miserables y que muchas veces no se trasladan a la vida cotidiana, pero que en el fútbol reconfortan.
No obstante sería menor quedarse solo con eso, por más que implique una parte sustancial en el deseo, ya que nos escudamos en el que toque, buscando un momento de justicia poética que serán segundos, minutos, en donde nos regocijamos por haberle ganado dando vuelta el partido (si, me incluyo) al Real Madrid con 10 hombres mientras tenían 6 titulares en cancha para el suplementario y con un árbitro que parecía no querer dar el pitazo final jamás. Esa especie de equidad momentánea que transfiere años de luchas y sufrimientos a los otros en forma de papelón y fracaso. La noticia nunca serán los muchachos de Alicante sino lo que hicieron.
En la vida hay que elegir. Desde que comenzó la temporada nos ha llamado la atención un club de la capital de Alemania que se encuentra disputando su segunda temporada en la Bundesliga y tras luchar lógicamente por la permanencia, actualmente se encuentra en puestos de copas internacionales. Unión Berlín hizo estragos por sí solo, porque su gente lo ha comandado. Este club que vivió gran parte al este del muro sin pertenecer a ningún sector político (los Lokomotiv estaban vinculados con los ferroviarios, los Dynamo a los organismos de seguridad y la Stasi) cobijó indistintamente a cientos de trabajadores. Luego de tocar el cielo en el inicio del siglo llegando a la final de la Copa de Alemania, lo inmediato fue el precipicio. Ese parecía ser el destino de tantos equipos que se toparon con la gloria casi sin proponérselo; los desmanejos financieros, la posible quiebra y el abismo.
El rescate por inercia de los hinchas al descender dos categorías y tener que jugar en la cuarta división, que también pudo ser la noble y trillada historia de amor incondicional por un trozo de vida que desaparecía como si nada, fue contundente y persistió. Al ascender nuevamente en 2008 no tenían el estadio en condiciones para disputar el torneo, entonces decidieron refaccionarlo los propios hinchas. Además de aportar cada uno su ladrillo, fueron 10.000 personas las que compraron partes del lugar por una suma de 500 euros cada uno. El estadio An Der Alten Försterei es la invitación a la comunión de este disruptivo club de obreros que le pone freno a la fascinación inocua por los maletines llenos de billetes que traen consigo la fórmula del éxito. El Unión Berlín quiere trofeos, pero sin deshumanizarse y acoplándose a lo que marca su historia. En los retazos de ese monumento a la colaboración, no sólo aguardan los románticos, sino también los que conciben a este club capitalino como la utopía que se languidecía pero que al mismo tiempo creemos tropezar de vuelta con ella para que luego se vuelva a distanciar. Y nosotros así podamos caminar.
Sin escalas, de San Nicolás hacia Anfield, los esfuerzos por sostener la idea de progreso ligada al concepto de colectividad tuvieron el impulso de eliminar a Rosario Central en su primer partido de Copa Argentina y quitarle el invicto de 3 años y 9 meses al Liverpool en su casa. En la vida líquida basada en el individualismo, los cuidados en perjuicio de la nostalgia masiva que atribuye percepciones positivas a hechos que en realidad no lo fueron, acción que Bauman conceptualizó como su legado póstumo bajo el nombre de «retrotopía», deben ser fundamentales. Sin embargo, hasta en situaciones banales como un partido de fútbol se experimentan las sensaciones de volver a ser la sociedad moderna que avanzaba en conjunto. Pero el individuo sencillamente quiere conseguir una mejora en la posición propia dentro de esta. En tiempos donde la fidelidad y la duración han perdido significado, son irrisorias las oportunidades que nos regala el fútbol por saborear la hazaña colectiva de once hombres inferiores que estoicamente sortearon las desventajas que solo equipara el deporte. La pizca de justicia vivida en estos días es una sensacional respuesta al avasallamiento del fútbol moderno que ha hecho enormes a los «grandes» y más pobres a los «chicos». Sin nombres propios que opaquen, allá van, se dirigen a escribir su relato. No estamos solos.
